Uno de los principios fundamentales de la Reforma protestante es el de la sola Escritura (sola Scriptura).El principio protestante de la sola Escritura dice que la Divina Revelación no es transmitida por la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición (como enseña la Iglesia Católica), sino sólo por la Sagrada Escritura. También dice que la Sagrada Escritura es la única autoridad en materia religiosa establecida por Dios en la tierra, lo cual implica el rechazo del Magisterio de la Iglesia (contra lo que enseña la Iglesia Católica).
En este artículo mostraré que siete doctrinas protestantes contradicen el principio protestante de la sola Escritura, basándome sobre todo en argumentos tomados del estupendo libro: Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar. Nuestro camino al catolicismo, Ediciones Rialp, Madrid 2001. Presentaré esas siete doctrinas en el orden en que aparecen en esa narración del dramático camino de conversión al catolicismo del pastor y teólogo presbiteriano Scott Hahn y su esposa Kimberly. Junto al subtítulo de cada una de las siete secciones del artículo indicaré las páginas del libro en las que se trata la doctrina respectiva.
1. El bautismo de los niños (cf. pp. 30-32)
Dentro del protestantismo hay algunas comunidades eclesiales que aceptan y practican el bautismo de los niños pequeños y otras comunidades eclesiales que lo rechazan. La fuerte corriente que niega la validez del bautismo de los niños pequeños tuvo su origen histórico en el movimiento anabaptista del siglo XVI, que se enfrentó a Lutero y sus seguidores. Los protestantes que rechazan el bautismo de los niños pequeños sostienen que ese bautismo es inválido porque los niños que no han alcanzado la edad del uso de razón no pueden creer. También enfatizan que los adultos que fueron bautizados de pequeños ni siquiera recuerdan su bautismo. Sin embargo, la doctrina de la invalidez del bautismo de los niños no es bíblica.
El concepto de Alianza es clave para comprender la Biblia. Dios estableció una Alianza en cada época de la historia de salvación. Durante casi dos mil años, desde el tiempo de Abraham hasta la venida de Cristo, Dios mostró a su pueblo que quería que los niños estuvieran en alianza con Él. El modo era sencillo: bastaba darles el signo de la alianza. En el Antiguo Testamento el signo de entrada a la alianza con Dios era la circuncisión. En el Nuevo Testamento, Cristo sustituyó ese signo por el Bautismo. Pero Cristo nunca dijo que los niños debían ser excluidos de la alianza; en cambio, dijo prácticamente lo contrario: “Dejad que los niños se acerquen a mí y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 19,14). Los Apóstoles imitaron a Jesús. Por ejemplo, en Pentecostés, cuando Pedro acabó su primer sermón, llamó a todos a aceptar a Cristo, entrando en la Nueva Alianza: “Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es esta promesa y para vuestros hijos” (Hechos 2,38-39).
En resumen, Dios quiere que los niños estén en alianza con Él y, puesto que el bautismo es el único signo para entrar en la Nueva Alianza, los niños de los cristianos deben ser bautizados. Por eso la Iglesia practicó el bautismo de los niños desde que fue instituida por Cristo.
2. La anticoncepción (cf. pp. 42-44 y 49-50)
En la actualidad todas las denominaciones protestantes admiten la anticoncepción y casi todos los protestantes la practican, suponiendo que es un método razonable y responsable de control de la natalidad. Sin embargo, la doctrina moral protestante sobre la anticoncepción no tiene ningún fundamento válido en la Biblia.
El matrimonio no es un mero contrato sobre un intercambio de bienes y servicios. El matrimonio es una alianza que establece una comunión íntima de vida y de amor entre un hombre y una mujer. Toda alianza tiene un acto por el cual se lleva a cabo y se renueva. En el caso del matrimonio, ese acto es el acto sexual de los cónyuges, que Dios utiliza para dar vida. El acto conyugal debe expresar la mutua donación total de los esposos, que incluye entre otras cosas la aceptación de la fecundidad del cónyuge. Por lo tanto, el acto conyugal debe estar abierto a la transmisión de la vida. Renovar la alianza matrimonial usando anticonceptivos es algo análogo a recibir la Eucaristía y luego escupirla. El acto conyugal es algo sagrado. Al frustrar con los anticonceptivos su poder de dar vida, se realiza una profanación.
Hasta 1930 la postura de todas las Iglesias cristianas respecto a la anticoncepción fue unánime: la anticoncepción es moralmente mala en cualquier circunstancia. Hoy, sin embargo, la Iglesia Católica es la única Iglesia cristiana que tiene el valor y la integridad para seguir enseñando esta verdad tan impopular (algo análogo a lo que ocurre con el tema del divorcio).
3. “Sola fe” (pp. 46-48 y 57)
El principio más importante de la Reforma protestante es el de la sola fe (sola fide). El principio protestante de la sola fe dice que el hombre no es justificado por la fe y las obras (como enseña la Iglesia Católica), sino sólo por la fe. Toda la Reforma protestante nació del principio de la sola fe. Lutero y Calvino afirmaron frecuentemente que éste era el motivo por el cual la Iglesia Católica había caído y el protestantismo se había levantado de sus cenizas. Sin embargo, este principio no está presente en ningún lugar de la Escritura, ni siquiera en las cartas de San Pablo.
Martín Lutero impuso sus elucubraciones teológicas personales a la propia Biblia, añadiendo por su cuenta la palabra “solamente” después de la palabra “justificado” en su traducción alemana de Romanos 3,28: “Porque nosotros estimamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley”. En el pensamiento de Pablo, “las obras de la Ley” no equivalen simplemente a “las obras”. Véase, por ejemplo, Gálatas 5,6: “En efecto, en Cristo Jesús, ya no cuenta la circuncisión ni la incircuncisión, sino la fe que obra por medio del amor.”
Más aún, no sólo la Biblia no enseña la doctrina protestante de la justificación por la sola fe, sino que enseña explícitamente la doctrina católica de la justificación por la fe y las obras:“El hombre se justifica por las obras, y no sólo por la fe” (Santiago 2,24); “Aunque tenga una fe capaz de mover montañas, si no tengo caridad, no soy nada” (1 Corintios 13,2). Lutero llegó a negar la inspiración de la Carta de Santiago, porque contradecía su doctrina predilecta.
4. La Eucaristía (cf. pp. 65-66)
Acerca del sacramento de la Eucaristía, Martín Lutero rechazó el dogma católico de la transubstanciación y enseñó la doctrina de la consubstanciación. No obstante, la mayoría de los protestantes actuales niega la presencia real de Cristo en la Eucaristía, interpretando a ésta como un mero símbolo; un símbolo profundo, pero sólo un símbolo.
Esta doctrina protestante contradice la enseñanza explícita del discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sobre el pan de vida (cf. Juan 6,25-71). Jesús no habló simbólicamente cuando nos invitó a comer su carne y beber su sangre; los judíos que lo escuchaban no se habrían ofendido ni escandalizado por un mero símbolo. Además, si ellos hubieran malinterpretado a Jesús tomando sus palabras de forma literal mientras Él sólo hablaba en sentido metafórico, le habría sido fácil al Señor aclarar ese punto. De hecho, ya que muchos de sus discípulos dejaron de seguirlo por causa de esta enseñanza (cf. Juan 6,60), Jesús habría estado moralmente obligado a explicar que sólo hablaba simbólicamente. Pero Él no lo dijo. Y está muy claro que a lo largo de casi mil años ningún cristiano negó la Presencia real de Cristo en la Eucaristía.
5. “Sola Escritura” (cf. pp. 69-70)
El principio protestante de la “sola Escritura” se refuta a sí mismo, porque ese principio no está en la Escritura. Ningún texto de la Biblia condena el concepto de Tradición ni dice que la Biblia es la única autoridad para los cristianos en materia de fe. “Sola Scriptura” es la creencia histórica de los reformadores, no una conclusión demostrada. Es sólo una presuposición teológica, un punto de partida asumido generalmente en forma acrítica.
Más aún, no sólo la Biblia no enseña la doctrina protestante de la “sola Escritura”, sino que en muchos puntos enseña la doctrina católica que sostiene que la autoridad religiosa está en la Escritura y, además, en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Por ejemplo, en 2 Tesalonicenses 2,15: “Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y conserven fielmente las tradiciones que aprendieron de nosotros, sea oralmente o por carta.”
6. El canon de la Biblia (cf. pp. 86 y 92)
El problema del canon bíblico puede enunciarse así: ¿Cuáles son concretamente los libros inspirados por Dios? No se trata de un problema meramente histórico (¿cuáles son los libros que de hecho forman parte de la Biblia?), sino de un problema teológico: ¿cuáles son los libros que tienen derecho a formar parte de la Biblia porque están inspirados por Dios? ¿Cómo podemos saber que realmente es la palabra de Dios infalible la que leemos cuando leemos, por ejemplo, el Evangelio según San Mateo o la Carta de San Pablo a los Gálatas?
El principio protestante de sola Scriptura no está en la Escritura, pero podría haberlo estado si Dios lo hubiera querido así. En cambio, el problema del canon bíblico es metafísicamente insoluble desde el punto de vista protestante. Dado que el protestante no admite ninguna autoridad infalible aparte de la Escritura, no puede estar seguro de que los 27 libros del Nuevo Testamento son la infalible palabra de Dios, porque fueron falibles Papas y falibles Concilios los que le dieron la lista de esos libros. En la perspectiva protestante, todo lo que podemos hacer son juicios probables basados en la evidencia histórica, por lo que al final se tiene una colección falible de documentos infalibles. Pero la simple evidencia histórica es incapaz por sí misma de garantizar la verdad de una doctrina de fe sobrenatural: que determinados escritos transmiten sin error la Palabra de Dios revelada por Cristo. Por lo tanto, para fundamentar la autoridad religiosa de la Biblia, es preciso reconocer la autoridad religiosa de la Iglesia.
7. El “libre examen” de la Biblia (cf. pp. 89-90)
Según la doctrina protestante, cada cristiano debe interpretar la Biblia por su cuenta, contando para ello con la asistencia del Espíritu Santo. Ésta es la doctrina conocida como “libre examen”. En cambio, según la doctrina católica, el cristiano debe interpretar la Biblia en sintonía con la Tradición de la Iglesia y bajo la guía de su Magisterio.
Desde la época de la Reforma, han ido surgiendo más de veinticinco mil diferentes denominaciones protestantes y los expertos dicen que en la actualidad nacen cinco nuevas por semana. Cada una de ellas asegura seguir al Espíritu Santo y el pleno sentido de la Escritura, pero se contradicen entre sí. Algunas denominaciones protestantes aceptan el bautismo de los niños y otras lo rechazan; algunas creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía y otras no; etc. Se necesita mucho más que el “libre examen” de la Biblia para que el protestante esté seguro de que su interpretación individual de la Biblia es correcta.
Scott Hahn explica esto con una muy buena analogía. Cuando los padres fundadores de los Estados Unidos de América escribieron la Constitución, no se contentaron sólo con eso. Si lo único que hubieran dejado a los estadounidenses fuera un documento escrito, por muy bueno que fuera, junto con la recomendación “Que el espíritu de George Washington guíe a cada ciudadano”, los Estados Unidos serían hoy una anarquía, que es precisamente lo que ocurre a los protestantes en lo que se refiere a la unidad de la Iglesia. En lugar de eso, los padres fundadores dieron a su país algo más que la Constitución: un gobierno formado por un presidente, un congreso y una corte suprema, todos ellos necesarios para aplicar e interpretar la Constitución. Y si eso es necesario para gobernar un país como los Estados Unidos, ¿qué será necesario para gobernar una Iglesia que abarca el mundo entero?
Es necesario creer que Cristo no nos dejó sólo con su Espíritu y un libro. Es más, en ninguna parte del Evangelio dice nada a los apóstoles acerca de escribir y apenas la mitad de ellos escribieron libros que luego fueron incluidos en el Nuevo Testamento. Lo que Cristo sí dijo a Pedro fue: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mateo 16,18). Jesús nos ha dejado su Iglesia, constituida por el Papa, los Obispos y los Concilios, todos ellos necesarios para aplicar e interpretar correctamente la Escritura.
Fuente: ¿Es Bíblico el Principio Protestante de Sola Escritura?. (2016). Apologeticum, (05), p. 12-14.